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MACUQUINA
Durante
su reinado, Felipe II patrocinó varias expediciones científicas y geográficas
que permitieron que en 1565 se descubriera la “ruta de tornaviaje de Filipinas
hasta el puerto de Acapulco”. Con este descubrimiento, se estableció una
importante ruta comercial con Oriente y se incrementó considerablemente la
necesidad de monedas fabricadas en la Nueva España.
Gracias
a la abundancia de metales, se pudo responder al aumento de la demanda de
moneda pero a cambio se dejaron de acuñar las monedas de Carlos y Juana para
iniciar la producción de un nuevo tipo. Ante la necesidad de disponer de mayor
cantidad de piezas para satisfacer la demanda del Imperio Español, la calidad
de acuñación disminuyó. Las nuevas piezas eran de factura y apariencia burdas,
troqueladas a golpe de martillo en trozos de metal de forma y grosor
irregulares pero con los contenidos prescritos de metal fino. Debido a que
muchos países no tenían plata ni casas de moneda, adoptaron las piezas
mexicanas como medio de cambio mediante un resello o recorte. Así, la moneda
mexicana se convirtió en una divisa que reinó en los mercados internacionales
por más de tres siglos.
La
llamada moneda macuquina se acuñó desde el reinado de Felipe II hasta el primer
reinado de Felipe V. Es probable que el vocablo proceda del árabe macuch, que
significa aprobado o sancionado.
Durante
el reinado de Felipe III se comenzó a fechar las monedas, siendo la fecha más
antigua documentada en la Colección Numismática del Banco de México la de 1607.
Aunque en un principio estaba prohibido acuñar oro, en 1679 se inició la
producción de monedas de ese metal, también del tipo macuquino, durante el
reinado del último Habsburgo, Carlos II, a quien sucedió por morir sin
herederos, Felipe de Anjou (Felipe V), nieto de Luis XIV.
Con el
cambio de casa reinante, Felipe V intentó mejorar la acuñación con avances
tecnológicos. En el primer periodo de este monarca, se acuñaron monedas en tipo
macuquino. Cuando se enteró de que su primogénito estaba por morir, abdicó a su
favor y así, su hijo, Luis I, ocupó el trono durante unos meses de 1724. Al
morir Luis I, su padre recuperó la corona y ordenó la acuñación póstuma de
monedas a nombre de su hijo difunto, piezas de suma rareza que se encuentran
entre las más escasas de la acuñación virreinal. Felipe V también ensayó la
acuñación de piezas de transición muy bien fabricadas, pero todavía sin cordón
protector ni redondas, conocidas como recortadas.
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